“…escapa
por tu vida. No mires atrás ni te detengas en toda la llanura. Escapa al monte,
no sea que perezcas”. Génesis 19:17
El temor y la rutina son
materiales idóneos para cárceles invisibles. Se asemejan a la resistencia de
barrotes y ladrillos y su sigilo las hace perfectas en su cometido. Discreta y
muy eficientemente cercan a rehenes que suelen darse cuenta de su situación
cuando los muros están bien altos.
Podemos pasarnos un tiempo
ignorándola o pretendiendo hacerlo llevadero, pero cada vez será más difícil
contener esas tres palabras que gritan desde nuestras entrañas y un día
cualquiera suben retumbando cual volcán activo: ¡tengo que salir!
Con un cómo nada claro, y un qué que nos inquieta, poco a poco y entre la osadía y el temor, nos permitimos pensar que otra vida es posible; nos atrevemos a ser creativas imaginándonos en ella. Nos inyectamos valor y emprendemos el camino que nos conduce a aquello que nos está destinado.
Por momentos dudamos y nos
preguntamos si será posible. ¡Claro que si! Lo es cuando defendemos nuestro
derecho a salir de la jaula y dejamos de intentar convencernos de que ese es nuestro lugar.
“Hoy me
apetece volarme la cerca e incendiar el lugar. Y con una triunfal sonrisa en
los labios, contemplar sus cenizas y darle la espalda para siempre”.
Saguaro
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