“He aprendido por experiencia que la mayor
parte de nuestra felicidad o nuestra miseria depende de nuestras actitudes, no
de nuestras circunstancias”. Martha Washington
Que rico es cuando la vida
se nos pone a pedir de boca. Sincrónicamente y casi sin esfuerzo, vivenciamos buenas
experiencias y/o respuestas que hemos estado buscando. Nos sucede inclusive
donde menos lo esperamos y vemos asombradas como todo encaja a la perfección. Claro
que también están las malas rachas, esa sucesión de eventos en que pareciera
que todo lo que pueda salir mal, así sale. A lo largo de la vida tenemos raciones de cada
cosa.
Es natural sentir deleite o
pesar según sea la situación, pero con independencia del tipo de experiencia,
siempre se puede recurrir a una herramienta que es 100% útil, válida en todos
los casos y disponible para todas. Se llama actitud y su recompensa es tan
invaluable que el esfuerzo empleado en dominarla se paga solo.
Podrá sonar trillado, pero
no deja de ser verdad: no es lo que nos sucede, sino lo que hacemos con eso lo
que marca la diferencia en nuestras vidas. Y la mejor actitud frente a
cualquier situación, especialmente las malas, es la de fluir a través de ella.
En el proceso es de gran
ayuda la saludable acción de sentir y liberar todas nuestras emociones (no las
forzamos, ni las reprimimos, sencillamente las dejamos ser de la forma más
asertiva posible). Nos ayuda también auto comprometernos a no permitir que nada
exterior se apodere de nuestro control. Claro que todo eso cuesta y claro que tendremos
intentos fallidos, pero es perseverando como logramos su dominio y llegamos al
punto en que se nos hace natural.
Cuando cooperamos con la vida, y en recompensa, ella empieza a cooperar con nosotras.
"Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento". Viktor Frankl
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