“La cultura popular lo llama ‘consumirse’, pero es algo
más que eso, es hambre del alma”. CPE
La negatividad
es, casi siempre, una forma solapada de sufrimiento. Aunque no nos demos
cuenta, es lo que nos está sucediendo durante esos momentos (a veces
temporadas) en que manifestamos irritabilidad, apatía, inercia o cinismo.
Actuamos así, pero no sabemos ni nos preguntamos por qué y si alguien lo hace,
posiblemente no podamos señalar una razón específica. A falta de una
interpretación ‘lógica’ de nuestro comportamiento, solemos trivializar los
hechos y desentendernos del asunto.
Pero resulta que
a fuerza de negación (aquí no pasa nada), evasión (involucrándonos en mil cosas
y en ninguna al mismo tiempo) o conformidad (eso no es tan importante) lo único
que logramos es desconocer nuestras más íntimas necesidades y mantenernos en la
insatisfacción perpetua. Todas, sutiles formas de auto-maltrato.
Démonos cuenta o
no, pagamos un alto precio cuando descuidamos las necesidades de nuestra alma. Es algo así como suicidarse de a
poco y no importa cuánto nos esforcemos en ocultarlo, se nos nota.
No tenemos que
esperar a estar hasta la coronilla o al borde del colapso para tomar la
decisión de actuar, pero aún si fuera el caso, podemos echar mano a las armas
de batalla que yacen en nuestro interior. Si lo pedimos, ellas nos dan las
pistas que nos llevan a buen destino. Tendremos que trabajar y duro, pero
podremos cambiar para mejor.
“Donde existe una notoria herida el alma se escapa. A veces se va sin rumbo
o se escapa tan lejos que hace falta una magistral propiciación para
convencerla de que regrese. Tiene que transcurrir mucho tiempo antes de que
semejante alma recupere la confianza suficiente para volver, pero se puede
hacer. Para ello son necesarios varios ingredientes: pura honradez,
resistencia, ternura, dulzura, desahogo de la cólera y gracia. La combinación
de todas estas cosas crea una canción que induce al alma a regresar a casa”.
CPE
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