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domingo, 26 de febrero de 2012

Cuerpo de mujer

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Los cambios que experimentamos durante la adolescencia suponen una gran carga de ansiedad. Nos empieza a salir el “equipo” y sentimos mucha incertidumbre sobre cómo quedaremos al final. Tomamos una lupa imaginaria y evaluamos severamente cada aspecto de nuestro cuerpo y nos comparamos constantemente con las demás chicas, en especial con las de portada de revista a las que no les sobra ni falta nada y son tan ridículamente perfectas que no tienen poros. 

En muchos casos, lo que bien pudiera ser una obsesión transitoria motivada por la pubertad,  se convierte en un agujero en el que una gran cantidad de mujeres queda atrapada, el complejo de “que si”: que si soy gorda/flaca, larguirrucha/chiquitita, que si mis manos, que si mi cutis, que si pies, que si mis piernas, que si mi pelo, que si mi color, que si mi pecho, que si mi trasero, que si mi nariz… y así hasta el infinito.

Para cuando empieza el proceso, ya hemos oído muchas veces una de las más falsas y dañinas fábulas jamás contadas: que si somos “bellas”, la fama, el amor y la fortuna nos sonreirán hasta el final de nuestros días. Si por el contrario no respondemos a los cánones de belleza establecidos, somos mujeres indeseadas, inmerecidas y devaluadas.

Esta absurda creencia se sostiene en el tiempo pese a que la experiencia demuestra que con independencia de su grado de belleza, toda mujer que se crea el cuento es proclive a la frustración y/o al auto aborrecimiento. Tristemente, también los niños lo escuchan, se lo creen y lo repiten. Para muestra, dos botones:

“… me dijo que no le importaría ser coja como X, si pudiera tener su pelo y ser blanca como ella…”. Esto me contó con gran preocupación una amiga sobre la segunda de sus tres retoños. La niña ya no solo se quejaba de no haber sacado el “pelo bueno” de sus hermanos, sino que había llegado al extremo de preferir una incapacidad a no ser “linda”.

“… como en su clase todos son delgados, los niños decidieron que este año el “gordo” del curso será José”. Esto me dijo una amiga que le había contado su hijo de tan solo 7 años sobre su primer día de clases en 3ro. de primaria.

Ambas anécdotas tienen más de 10 años. Con la primera solo alcancé a exclamar ¡Dios mío! y con la segunda no supe si reír o llorar.

Nos lleva mucho tiempo descubrir que nuestro valor y la calidad de nuestras vidas no es directamente proporcional a nuestro grado de atractivo y/o belleza, así como aprender que más allá de los juicios que hagan los demás sobre nuestra edad, tamaño, complexión o rostro, cada una de nosotras puede (y debe) sentir el sano y merecido orgullo de ostentar un atributo de belleza que ninguna otra persona en el mundo puede. Se llama singularidad, lo cual significa que somos únicas e irrepetibles.

“Reducir la belleza y el valor del cuerpo a cualquier cosa que sea inferior a su magnificencia es obligarlo a vivir sin el espíritu, la forma y la exultación que le corresponden… No puede haber un solo canto de pájaro, una sola clase de pino, una sola clase de lobo. No puede haber una sola clase de niño, de hombre o de mujer. No puede haber una sola clase de pecho, de cintura o de piel”. CPE

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