Si le
prestáramos más atención al lenguaje del cuerpo, nos daríamos cuenta de que más
veces de las que podamos suponer, nuestros padecimientos físicos tienen su
origen en el ámbito de nuestras emociones y de nuestro espíritu. El cuerpo nos
advierte cuando algo “anda mal” en esas latitudes y para ello se vale de lo
siguientes mecanismos:
· Dolores, temblores, contracturas, erupciones y manchas cutáneas, tics
nerviosos, marcas de expresión y hasta las canas son manifestaciones que pueden
desencadenarse como resultado de nuestras angustias. Las somatizaciones suelen ser la forma en la
que el organismo procesa las emociones reprimidas y los sentimientos no
enfrentados.
·
Conductas obsesivas y compulsivas con la comida, las compras, el tiempo,
la limpieza, las acciones, las palabras, la manipulación de objetos, etc. Más
que excentricidades o indicios de gula, hiper-higiene y manías, señalan que
estamos en descontrol. A través de ellas y de manera inconsciente canalizamos
energía y nos distraemos de algo que nos lastima.
· Sueños. Los sueños son el campo de juego de nuestro inconsciente. Es
imposible soñar y al mismo tiempo sostener los escudos que utilizamos en el día
a día. Cuando desde nuestro consciente no nos
percatamos de que algo vital necesita atención “el sueño se produce
para provocar en la psique (mente) una tormenta que permita llevar a cabo una
tarea un poco más enérgica”. CPE.
Pero ojo, que los sueños no necesariamente son literales: “Un sueño
perturbador puede significar que la vida de la mujer tiene que cambiar, que la
mujer está atascada y no sabe qué hacer en presencia de una elección difícil,
que se muestra reacia a dar el siguiente paso o a tomarse una molestia, que se
arredra ante la necesidad de luchar para arrancarle su poder al depredador, que
no está acostumbrada a ser/actuar/esforzarse a tope y en toda la medida de su
capacidad”. CPE.
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