Todas
tenemos una identidad, algo así como una especie de firma distintiva que
moldeamos conforme nos desarrollamos e interactuamos con el mundo. Cuando la
combinamos con una dosis adecuada de asertividad, es decir, reconociendo y
reivindicando nuestros derechos, al mismo tiempo que somos justas con los
demás, nos habilitamos para la interdependencia.
Pero
sucede que en la intención de proteger nuestra autonomía, muy fácilmente
cruzamos la delgada línea que separa la firmeza de carácter del empecinamiento.
Sin siquiera darnos cuenta, a menudo le cedemos a nuestro ego el control de
nuestros pensamientos y acciones convirtiéndolo en la fuente de autoafirmación
de nuestra identidad.
Ya sea en
su versión enérgica o resignada, el ego es un niño malcriado, obstinado y
territorial con el cual nos las tenemos que ver y llegar a buenos acuerdos. De
lo contrario, todas nuestras acciones girarán en torno a la confirmación del
“yo soy así” restándonos la oportunidad para el cambio y afectando seriamente
las relaciones, no solo con quienes nos rodean, sino también con nuestro
espíritu.
Cuando
nuestro ego se siente amenazado, nos incita a la intransigencia y a la negación
tajante a siquiera considerar las alternativas que no comulguen con nuestra
posición.
Hay una
opción que abre las vías que nos dirigen a un conocimiento más profundo de
nosotras mismas, a la vez que nos proporciona equilibrio espiritual. Se trata
de nuestra Alma. Ella siempre recuerda lo que el ego olvida:
que hagamos lo que tenemos que hacer,
es decir, lo que es justo, necesario y saludable para nuestras vidas,
precisamente por eso y no porque “yo lo digo”, “se me antoja” o “no me da la
gana”.
“La diferencia entre vivir desde el
alma y vivir sólo desde el ego radica en tres cosas: la habilidad de percibir y aprender nuevas maneras, la tenacidad de
atravesar senderos turbulentos y la paciencia de aprender el amor profundo con
el tiempo. Sería un error pensar que se necesita ser un héroe endurecido
para lograrlo. No es así. Lo que se necesita es un corazón que esté dispuesto a
morir y nacer una y otra vez”. CPE
“La mujer puede alcanzar una honda y floreciente vida espiritual y una
ardiente confianza en sí misma cualesquiera que sean las vacilaciones ocasionales
del ego”. CPE
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