Sin
distinción de que la perspectiva sea positiva o negativa, es natural que la
ansiedad aflore cuando no sabemos lo que sucederá a continuación. La
expectación que le dirigimos al asunto genera inquietud que, bien canalizada,
no llega a dañarnos, pero mal llevada puede abatirnos.
Si
enfrentamos la vida cargadas de fatalismo, nos convertimos en presas de nuestra
propia incertidumbre. Matizamos todas nuestras situaciones con malos presagios,
y con cada uno sentimos que un cerco se cierra a nuestro alrededor. Aunque al
final resulte que no sucede lo que temíamos, ya habremos pagado un alto precio
en desgaste físico y emocional.
Cuando
estamos abrumadas porque no sabemos o
porque no vemos claro, lo mejor que
podemos hacer es alejar la negatividad. Podemos (claro que podemos)
tranquilizarnos, concentrarnos y apelar a nuestros recursos interiores
(espiritualidad, sentidos e intuición). Así es como aclaramos las ideas y a su
tiempo, obtenemos nuestras respuestas.
“No temas no saber. En distintas fases y en distintos
períodos de nuestra vida así es como tiene que ser”… “La unión con la propia
intuición fomenta una serena confianza en ella, ocurra lo que ocurra. Cambia la
actitud de la mujer haciéndola pasar de un `lo que sea sonará` a un `voy a ver
todo lo que hay que ver`". CPE
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