Hay mujeres para quienes la palabra víctima no forma
parte de su diccionario. No se rinden a la dificultad y cuando les toca piso,
no se dejan estar ahí demasiado tiempo; si se caen 100 veces, se levantan 101.
Ellas ostentan el silente orgullo de saberse a la altura en esas situaciones en
las que, al mejor estilo Rambo, toca ponerse el cuchillo en la boca. Y es bueno
(muy bueno) que así sea.
Pero sucede que a veces se nos va la vida
sobreviviendo y ni nos damos cuenta. Cuando estamos en esas, no nos permitimos
bajar la guardia en ningún momento, nos alejamos de lo tierno y despreciamos lo
dulce. Rechazamos la sensibilidad por temor a sentirnos vulnerables y dejar que
el mundo se nos venga encima y nos aplaste. Preferimos andar con la ropa de pelear encima.
Que la buena batalla nos encuentre preparadas nos
conviene, pero no que mantengamos los puños apretados en ausencia de amenaza.
Una constante actitud defensiva desgasta constantemente y degenera en
endurecimiento y agresividad gratuita.
¿Qué hay momentos en que hay que ser brava? Por
supuesto que si, pero son solo momentos, no la vida entera. Es en el sosiego
donde encontramos espacio para abastecemos de energía y donde hacemos las
reflexiones que nos permiten crecer.
“Hay que arrancar a la persona del arquetipo de la supervivencia.
De lo contrario, no podría crecer nada más. …Sin una noche en la que todas las cosas se
serenan y de la que todas las cosas pueden nacer, nosotras tampoco podríamos
utilizar con provecho nuestras naturalezas salvajes”. CPE
“Ahora que los malos tiempos han quedado atrás, el
crecimiento significa exponernos a situaciones propicias para el nacimiento y
el desarrollo de vigorosas y abundantes flores y hojas. Es mejor ponernos nombres que nos
inviten a crecer como criaturas libres. Eso es el crecimiento. Eso es lo que
nos estaba destinado”. CPE
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