Si nos interrogamos sobre lo más
valioso que tenemos, lo más común es que nos contestemos con palabras que
simbolizan a aquellos con los que mantenemos nuestras más estrechas relaciones:
nuestros seres queridos (familia, hijos, parejas, amigos), todos
de indiscutible importancia en nuestras vidas. Pero en realidad,
por mucho que les amemos, no nos pertenecen, ni siquiera si nos
empeñamos en ello.
Entonces, de nuevo ¿Cuál es NUESTRA
posesión más valiosa?
Si no se trata de las personas que más
nos importan, entonces pensamos que debe tratarse de aquello que siempre
tenemos y con lo que siempre podemos contar: nuestros cuerpos.
Ciertamente, salvo que nos encontremos en situaciones represivas, el cuerpo nos
permite movilizarnos con independencia y actuar materialmente en el
mundo. Sin embargo, su disponibilidad y funcionamiento dependerá
siempre del estado de nuestra salud (condición física, edad, etc.). En todo
caso, incluso en el más perfecto estado, el cuerpo no puede
actuar con autonomía; necesita gobierno.
Entonces, si no son las personas que amamos, ni los cuerpos que nos
contienen ¿Cuál es NUESTRA posesión más valiosa?
Lo más valioso que tenemos no pertenece al mundo material y se fundamenta
en una sana y estrecha relación de autoamor, y se refleja tanto en la forma en
que nos tratamos a nosotras mismas, como en la forma en que nos relacionamos
con los demás. Lo más valioso que tenemos es nuestra Alma;
el regalo más preciado otorgado por Dios. El alma
es nuestra esencia, y como tal, merece toda nuestra atención,
cuidado y defensa.
"Muchas mujeres tratan su relación con el alma como si ésta no fuera
un instrumento extremadamente importante que, como toda herramienta valiosa,
necesita protección, limpieza, lubricación y reparación. No debe
ser así porque el alma es su magneto, el generador central de su animación y su
energía". CPE
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